El convento de Nuestra Señora de la Loma de Campillo no solo albergó el santuario de nuestra patrona, sino que también fue un centro asistencial de cierta importancia en la comarca y durante todos los años que permaneció activo, hasta la desamortización de Mendizábal de 1835. Allí eran atendidos todos los que llamaban a sus puertas por alguna necesidad, pobres, enfermos, caminantes y peregrinos.
Los frailes se ocupaban de los menesterosos en el hospicio que al efecto tenían instalado, con veinticinco camas hospitalarias, donde proporcionaban un vaso del reconstituyente resolí que hacían y destilaban ellos mismos, a los que llegaban ateridos de frío o con las fuerzas flaqueadas. Nadie que lo necesitara se iba del convento sin haber tomado una escudilla de sopa caliente en el frío invierno, o, si era el caso, sin lavarle y curarle una herida con aceite de romero o los remedios que precisara y tuvieran a su disposición. A esto se añadía, por supuesto, la atención espiritual a quien la demandara, así como la dispensación de sacramentos a enfermos y moribundos.
Pero, además, el convento de Campillo también fue un centro cultural y un lugar de enseñanza a lo largo de su historia, tanto para los propios miembros de la orden como para estudiantes que llegaban de afuera. El inventario de su biblioteca no deja lugar a dudas sobre estas afirmaciones. En ella había libros de historia, de arte, de filosofía, de ciencias naturales, de teología, e incluso disponía de libros en idiomas extranjeros, francés, inglés, etc.
Los frailes, sobre todo los que eran sacerdotes, eran gente culta y formada, destacando mucho más en un momento histórico de analfabetismo generalizado. Se supieron rodear de obras de arte para el adorno de su casa y el enaltecimiento del culto a Nuestra Señora de la Loma, a Nuestro Padre San Agustín, a otros santos de la orden y de la Iglesia Católica.
Tan importante fue para ellos el arte, que dispusieron de una serie completa de pinturas con las doce sibilas, lo que no era algo muy habitual. Adornar la nave del santuario con sendas pinturas de las doce sibilas, aquellos personajes míticos dedicados al vaticinio, dice mucho y bien sobre el gusto artístico de los frailes, su interés por las Bellas Artes, y su preparación y formación en mitología e historia bíblica. En no demasiados lugares es posible encontrar una serie completa de las sibilas, y el convento de Campillo la tuvo, lo que acrecienta su valor histórico y artístico. Por desgracia, la serie de las doce pinturas sibilinas ha desaparecido, robadas o destruidas, no tenemos constancia de cómo y cuándo.
Pero, aunque no dispongamos materialmente de ellas, la documentación de archivo confirma su existencia, como ahora veremos. Así queda recogido en un par de noticias archivísticas que no dejan lugar a dudas. La primera de ellas está recogida en un inventario del 30 de mayo de 1821, custodiado en el Archivo Diocesano de Cuenca, que dice así: “En las columnas de los costados de dicha Iglesia existen otros doce cuadros de las Sibilas embutidos en marcos de yeso, y otros cuatro de cuatro santos de la Orden en los huecos de la bóveda, con otro en el coro de los fundadores del convento”. Firma el inventario el que fuera prior, Fray Manuel Cano de San Ramón. La anotación parece muy clara: estarían ubicados en los pilares de la nave, entre las capillas y el crucero, y se habla de que estaban embutidos en marcos de yeso. En la actualidad existen esos marcos de yeso mencionados, que albergan ahora las estaciones del Vía Crucis, y como no se habla de tamaño ni medidas, pues es posible que sean estos los marcos citados, porque las estampas que tienen actualmente parecen muy posteriores.
La segunda noticia sobre la existencia de las pinturas de las doce sibilas nos la proporciona otro inventario, de 9 de octubre de 1835, custodiado en el Archivo Histórico Provincial de Cuenca, que dice así: “En el buque de la Iglesia doce pinturas de las Sibilas (cuadros) embutidas en marcos de yeso”. La referencia también deja claro que se trata de doce pinturas y se vuelve a hablar de los marcos de yeso.
No conocemos más noticias, no existe fotografía alguna, ni imágenes de las mismas, no se ha conservado ningún dibujo, ningún grabado, nada de nada, aunque la certeza documental de su existencia nos está hablando del nivel cultural y artístico en el que se movían los frailes recoletos de Campillo. Y a pesar de que ahora mismo no existan estas pinturas, existieron y pertenecieron al patrimonio histórico-artístico de Campillo y de los campillanos. Nuestras fueron las pinturas de las doce Sibilas y obligación y derecho de saberlo tenemos, porque como decía el gran escritor y premio Nobel de literatura José Saramago, “Sin memoria no existimos y sin responsabilidad quizá no merezcamos existir”.
¿Quiénes eran las Sibilas, cuál es la historia de estas mujeres adivinas?
Sobre ellas podríamos escribir un libro, y de hecho se han escrito muchos, dada su importancia y significación. Son personajes míticos de la Antigüedad que luego reaparecen en la literatura y en la iconografía medieval, a las que pronto asimiló y cristianizó la Iglesia. Simbolizan la intuición de las verdades superiores y encarnan los poderes proféticos. Es decir, son profetisas legendarias, vaticinadoras y adivinas del porvenir, son unas mujeres que simbolizan el ser humano elevado a una condición transnatural que le permite entrar en comunicación con lo divino y transmitir sus mensajes, son el oráculo de la divinidad y el instrumento de la revelación, llegando a ser consideradas como emanaciones de la sabiduría divina y depositarias de la primitiva revelación.
Para la Iglesia son las profetisas que anunciaron el nacimiento de Cristo, su pasión, muerte y resurrección, la virginidad de su madre y las virtudes que la adornaron, y forman un grupo de doce (aunque no siempre), como doce fueron los apóstoles, con los que se les suele pintar en alternancia en algunas series de pinturas murales.
Muy conocidas son las cinco (no doce) que pintó Miguel Ángel para decorar las bóvedas de la Capilla Sixtina vaticana, o las que aparecen en la decoración de los apartamentos Borgia del Vaticano, o aquí en España las que decoran la capilla del Junterón de la catedral de Murcia o las de la sacristía de la catedral de Cuenca, por citar algunos ejemplos.
Por lo tanto, son seres mitológicos, con presencia en la cultura griega y romana, asimiladas y cristianizadas por la iglesia al haber anticipado el nacimiento de Cristo y otras circunstancias claves para la teología católica. Por eso, la presencia de estas profetisas adornando los muros del convento campillano, nos permite pensar en una formación y un conocimiento de la mitología antigua por parte del mentor que encargara los cuadros de Campillo, familiarizado con la historia de Grecia y Roma y con la teología adecuada, lo cual para la época de que hablamos ni era fácil ni frecuente. Y esa es la grandeza en este caso del convento de Campillo, cuyas paredes se adornaron con un elemento de alta cultura.
Baltasar Porreño fue un párroco de Cuenca que en el año 1621 publicó un libro sobre las Sibilas, titulado Oráculos de las doce Sibilas, Profetisas de Christo Nuestro Señor entre los Gentiles. La publicación obtuvo cierto éxito, se divulgó bastante y contaba con xilografías que ilustraban el texto y sirvieron para poner rostro, aunque fuera inventado, a estas profetisas. Por esta razón, y teniendo en cuenta la riqueza de la biblioteca conventual, nada nos impide pensar que los frailes de Campillo conocieran el libro de Porreño, por comodidad y cercanía y dado su éxito divulgativo, aunque a ciencia cierta nada se sepa.
Pero el tema es de un nivel cultural tan elevado que el autor de las pinturas debió buscar una fuente de inspiración para llevar a cabo su obra, y para ello nada más fácil que echar mano del libro escrito por el sacerdote conquense, que a su vez parece que tuvo en cuenta el maravilloso Sibyllarum Icones… de Crispijn de Passe, del año 1601, profusamente ilustrado con imágenes sibilinas.
Aunque numerosas publicaciones adjudican un nombre propio a cada una de las doce sibilas, lo habitual es referirse a ellas teniendo en cuenta el nombre de la ciudad o del país en que las ubica la mitología o la tradición iconográfica, y según esto sus nombres serían los siguientes: Délfica, Eritrea, Cumana, Pérsica, Tiburtina, Líbica, Samia, Egipcia, Europea, Helespóntica, Cumea y Frigia.
En algunas de estas publicaciones es posible encontrar bastantes nombres más de sibilas, como por ejemplo la Sibila Epirótica, Colofonia, Cimeria, Agripa, Troyana, Geórgica, Rodia, Efesia, Tesprocia, Tesálica, Hebrea, Caldea, etc., dependiendo de las fuentes en que haya bebido el autor, y que en buena parte de esta nomenclatura son distintas maneras de llamar a un mismo personaje.
Las doce sibilas señaladas en primer lugar son las coincidentes con las que indica en su libro el sacerdote conquense Baltasar Porreño en el año 1621, pero como no disponemos de más información y tampoco tenemos imágenes de las mismas, queda todo en el terreno de la hipótesis, aunque con muchas posibilidades por la influencia y cercanía del ilustrado presbítero de Cuenca mencionado.
Lo destacable del tema es la confirmación de la existencia de estos cuadros en el convento de Campillo, aunque hayan desaparecido, que nos hablan asimismo del alto nivel cultural que tenían sus frailes y de la repercusión formativa que tendría lugar en los campillanos y en la gente de la comarca. De la misma forma pertenecen al patrimonio histórico y artístico de Campillo las ermitas del Padre Eterno, la de San Roque y la del Cristo, existentes en la actualidad, como las ruinas de Santa Quiteria, la puerta de la de Santa Ana (actual vivienda tutelada para personas mayores), o las ya desaparecidas de San Miguel, San Cristóbal o San Sebastián. Pues con los cuadros del convento pasa lo mismo y es muy importante saber, al menos, que existieron.
Santiago Montoya Beleña.
Campillo, 2018
(Los cuadros de la primera imagen fueron realizados por Francisco de Zurbarán, y actualmente pertenecen a una colección privada).