0. Introducción
Campillo de Altobuey se ubica en la Manchuela, una comarca dentro de la Mancha que se caracteriza por sus relieves suaves.
Históricamente Campillo ha sido una villa de realengo de cierta importancia, que casi llegó a alcanzar los cuatro mil habitantes en siglos pasados. Fue un nudo de comunicaciones ya que por aquí pasaba la Cañada de la Mesta del Reino de Valencia (o Cañada de los Serranos), el antiguo camino Real de Madrid a Valencia y la antigua calzada romana que llevaba a Zaragoza (Caesar Augusta). La villa tenía derecho a cobrar portazgo por cruzar dos puertos secos (el Almorchón y la Torreta).
Campillo llegó a tener doce templos, de los cuales conservamos cinco: la iglesia parroquial, el convento, el Cristo, San Roque y el Padre Eterno. De la ermita de Santa Ana solo se conserva la portada. Y las ermitas ya desaparecidas pero documentadas eran: San Miguel, San Sebastián, San Cristóbal, Santa Quiteria, San Quílez y la Ermita del “Santo”.
1. La Iglesia parroquial de San Andrés (siglos XVI a XVIII).
Iglesia de salón columnario con tres naves del siglo XVI a la que se adosó una esbelta torre de cinco cuerpos en el siglo XVII. Durante el siglo XVIII se cubrieron los artesonados renacentistas del techo con unas bóvedas de arista y lunetos que rebajan la altura de las naves. En el crucero de la iglesia se levanta una cúpula decorada con pinturas al fresco de siete arcángeles. De ellos, solo tres son admitidos por la Iglesia: San Miguel, San Rafael y San Gabriel. Los otros cuatro arcángeles son considerados heréticos o no canónicos: Uriel, Jehudiel, Sealtiel y Baraquiel.
A los pies del templo se construyó un coro barroco con casquete cupular e igualmente decorado con frescos, hoy en día no visibles por la capa de pintura que se les aplicó.
También en el XVIII se añade la única capilla con que cuenta la iglesia, dedicada a San Antonio de Padua, que hoy alberga la imagen de la patrona de la localidad, la Virgen de la Loma, que anteriormente presidía el altar mayor.
Igualmente, en el siglo XVIII en el lado de la epístola (el lado contrario a la plaza) se protegió la puerta de entrada con un extraordinario cancel de madera y se dotó a la iglesia con una nueva y amplia sacristía amueblada con buenas cómodas y cancel dieciochesco.
Fue esta una iglesia en la que trabajaron cuadrillas de canteros vascos y santanderinos que llenaron la región con numerosas obras de este estilo y factura.
Se pueden señalar como paralelos arquitectónicos de la Iglesia parroquial de Campillo de Altobuey las iglesias de La Roda y de Tarazona de la Mancha.
Este templo es un edificio exento (sin ninguna construcción adosada), con una fábrica impresionante, y de los más notables de la comarca. Se construyó por resultar insuficiente la iglesia que había, cuyo solar se aprovechó, así como algunas piedras, sillares y elementos constructivos que aún pueden detectarse en los muros del ábside y en la ubicación descentrada de algunos vanos y contrafuertes.
Albergaba un rico patrimonio artístico de pinturas, imágenes, retablos, y orfebrería, que desapareció casi en su totalidad en la Guerra Civil. Por el contrario, sí se conserva muy completo su archivo y una buena colección de ornamentos sagrados del siglo XVIII, buena parte de ellos procedentes del convento agustino recoleto de esta misma localidad.
2. El Hospital del Cristo de Burgos y su iglesia (siglo XVIII).
Cuenta con elementos arquitectónicos y documentos que indican que funcionó plenamente en el siglo XVI, aunque lo que nos ha llegado al presente es de principios del siglo XVIII. Probablemente fuera una fundación del clero secular de la villa para atender humildemente a los menesterosos y viandantes que por allí circulaban.
La iglesia es un templo de planta de cruz latina con crucero poco pronunciado, coro alto a los pies y tres tramos en nave separados por pilastras poco profundas, más el del crucero y el del presbiterio. Posee un magnífico ejemplar de retablo barroco con columnas salomónicas y estípites que enmarcan la hornacina del titular, el Santo Cristo de Burgos, y se remata por un ático con otra hornacina que se adapta a la bóveda. En la parte superior del retablo se encuentran las arcas de las reliquias de los Santos Mártires, del siglo XVI, procedentes del retablo de la iglesia parroquial. Desde el presbiterio se accede a la sacristía, detrás del retablo, en la que se abría una tercera puerta de comunicación con el edificio hospitalario.
Contó con un buen patrimonio artístico, pero la Guerra Civil dio al traste con casi todo y únicamente conserva el retablo barroco. En la actualidad su iglesia es usada como parroquia de invierno, dado su tamaño más reducido, y el hospital como dependencias de Casa de Cultura.
3. El Convento agustino recoleto de Nuestra Señorade La Loma (siglos XVII a XVIII).
Este convento barroco, declarado como Bien de Interés Cultural, es una fundación municipal de finales del siglo XVII puesta al cuidado y servicio de la imagen de la Virgen patrona y que contó con una gran devoción en toda la comarca de la Manchuela. El edificio fue obra del fraile agustino y arquitecto Pedro de San José (Pedro Ocaña), quien permaneció como prior del mismo convento durante varios trienios, lo que no era muy frecuente si se tiene en cuenta la normativa estricta de la orden. La Guerra de la Independencia y la desamortización perjudicaron bastante el edificio conventual cuyo claustro fue convertido en plaza de toros hacia 1912.
El Santuario de la Virgen de la Loma, sin embargo, al no ser desamortizado y mantener un culto constante, está mejor conservado. Llegó a contar con un numeroso clero, cuarenta religiosos, ocupados en atender espiritualmente a las gentes de la comarca y en asistir un hospital y hospicio donde encontraban alojamiento y alivio de sus males los peregrinos que acudían al santuario y los caminantes que recorrían el camino real Madrid-Valencia o la Cañada de la Mesta que por aquí discurría.
Los frailes se financiaban pidiendo limosna, cultivando sus tierras y recibiendo donaciones que les permitían almacenar buena cantidad de alimentos (vino, trigo, aceite, tocino, queso, harina…) en la quintería de Matallana ubicada en el pueblo cercano de Castillejo de Iniesta, muy próximo a Campillo. En el trayecto a la quintería se han detectado algunas canteras y lugares donde los frailes extrajeron la piedra utilizada en la construcción de este convento recoleto y santuario de la Virgen de La Loma, de gran atractivo para las gentes de la Manchuela y de los caminantes por su fama de imagen milagrosa.
Si nos detenemos en el convento agustino de Campillo, podemos decir que es uno de los mejores edificios de estilo barroco que existen en la provincia de Cuenca. La fachada principal transmite seriedad y reciedumbre y es un elemento parlante por las inscripciones repartidas por ella En el interior destacan sus fantásticas yeserías en el programa iconográfico del intradós de la cúpula y en la nave y crucero. También es destacable el retablo principal del altar mayor, una tramoya barroca con las fastuosas columnas salomónicas y los relieves de la predela alusivos a la vida de San Agustín.
4. Ermita de la Santísima Trinidad o del Padre Eterno (siglo XVI).
Se encuentra ubicada en una de las salidas de la población, entre los caminos que conducen a las vecinas poblaciones de El Peral y Motilla del Palancar, junto a dos arrabales de crecimiento, El Coso y Cantarranas, donde radicaban alfarerías y ollerías datadas ya en el siglo XVIII y activa alguna de ellas hasta mediados del siglo XX.
Este templo fue consagrado en 1589 por el obispo irlandés Cornelio de Buil.
Cuenta con una única nave cubierta con artesonado sencillo con elementos mudéjares y de casetones estrellados en la cabecera. Un arco toral separa el ábside de la nave y ha desaparecido el primitivo coro bajo que tuvo a los pies y permitía el acceso a una sencilla espadaña de un solo vano.
El retablo presenta, de abajo a arriba, una predela estrecha, dos pisos y ático con calvario, coronado por un pequeño frontón triangular. Está compuesto por pinturas del siglo XVI de Fernando de Mayorga y del campillano Miguel Guijarro, pintores del ámbito del genovés Bartolomé Matarana, asentado en Cuenca. El cuadro principal del retablo es la Trinidad, a sus lados aparecen ocho apóstoles, ya que cuatro se perdieron en algún momento. Encima aparece la Resurrección de Cristo, y a sus lados San Francisco de Asís y San Pedro Mártir, también conocido como San Pedro de Verona.
5. Ermita de San Roque (siglos XV a XVII).
Su estructura, detalles constructivos, elementos de forja y alguna noticia de archivo, permiten hablar de un templo del siglo XV al que se le añade un ábside en el XVI. Su situación en el camino y salida hacia Cuenca la convierte en elemento protector para el pueblo. A San Roque se le profesaba gran devoción y se buscaba su protección contra la peste, llagas ulcerosas y enfermedades pulmonares.
En los años 70 se sacó a la venta la ermita por quinientas mil pesetas, hubo un comprador, pero afortunadamente no se vendió por una cuestión tan peregrina como que no le entraba el tractor por la puerta. Años antes ya se cometió otra barbaridad al permitir construir una casa pegada a la ermita que tapa todo el ábside del siglo XVI.
Campillo de Altobuey no tenía murallas de piedra como elemento defensivo, sino que se rodeó la población de un cinturón de protección sagrado al proteger sus principales entradas y salidas con ermitas dedicadas a santos sanadores e imágenes taumatúrgicas: San Roque, el Padre Eterno, el convento agustino, las ermitas desparecidas de Santa Ana, San Sebastián, San Cristóbal, San Quílez, la ermita del “Santo” y el humilladero o conjuratorio de la Cruz de las Reliquias, por donde penetraba en Campillo la Cañada de los Serranos del Honrado Concejo de la Mesta, también conocida como la Cañada del Reino de Valencia.
6. Ermita de Santa Ana
Convertida en cementerio durante la segunda mitad del siglo XIX y de la que se conserva su portada principal como muñón solitario en el jardín de lo que hoy es una casa tutelada para personas de la tercera edad que ocupa su solar.
Existieron otras ermitas de las que poco o nada se ha conservado si no es la mención de su nombre en la documentación de archivo o en la toponimia del lugar, como son las ermitas de San Miguel, la de Santa Quiteria, la de San Sebastián, la de San Cristóbal, la de San Quílez y la de un anónimo «Santo» cuya identidad está aún por determinar. En total doce templos para un pueblo, cuya población no sobrepasó los cuatro mil habitantes en sus mejores momentos. Es un rico patrimonio a tener en cuenta, aunque solo se hayan conservado en buen estado cinco de ellos.
Santiago Montoya Beleña