Contexto histórico
Corría el año del Señor de 1651, regía los destinos de la Monarquía Hispánica la Majestad Católica de Don Felipe IV y ocupaba la Silla de San Pedro el papa Inocencio X, de la familia romana de los Pamfili. Las relaciones entre España y Francia no eran nada buenas, y el rey Luís XIV y el cardenal Mazarino presionaban para hacerse con territorios europeos pertenecientes a España, al darse cuenta de la debilidad por la que atravesaba el Imperio Español, puesta de manifiesto en la ineficacia de sus ejércitos y en la incapacidad del gobierno del penúltimo de los Austrias, más interesado en la caza y en las corridas de toros.
La influencia del Romano Pontífice seguía siendo de capital importancia en la política europea y la corte era un hervidero de intrigas, un nido de espías, de embajadores y de nobles partidarios o contrarios de los intereses españoles o franceses en el continente europeo, según los casos y circunstancias. Los monarcas de ambos países se afanaban en ganar para su causa la voluntad del Papa y de los Príncipes de la Iglesia, y no escatimaban en suntuosos regalos, prebendas o presiones diplomáticas. El anterior pontífice había sido Urbano VIII, de la poderosa familia de los Barberini, que cuidó de enriquecer desmedidamente a sus familiares, y que se había inclinado más por favorecer los intereses de Francia. Al ser sustituido a su muerte por el citado Inocencio X Pamfili, más proclive hacia España, el rey Felipe IV respiró aliviado al esperar una mejor defensa de sus dominios y derechos europeos por parte de la Santa Sede, aunque sin olvidar el tremendo gasto que le iba a suponer en regalos, ayudas, concesiones y sobornos.
Camillo Massimi
En medio de estas complejas circunstancias políticas es cuando aparece en la escena un personaje muy importante, al que el destino llevó a residir en Campillo de Altobuey durante una larga temporada, y que fue el Nuncio Apostólico Camillo Massimi, cardenal de la Santa Iglesia. Fue un hombre poseedor de grandes riquezas, cabeza principal de la antigua familia romana de los Massimi (o Mássimo), cuyas posesiones y fortuna eran una auténtica desmesura. Tenía una refinada cultura, se interesó por el mundo clásico y la arqueología, era coleccionista de obras de arte, de libros antiguos, de monedas o de joyas y se relacionó con los grandes artistas del momento, entre ellos Poussin, Claudio de Lorena, Carlo Maratti y Velázquez; con este último mantuvo correspondencia y una sincera amistad, y le tomó un retrato excelente de gran hondura psicológica, conservado todavía en una colección inglesa.
Camillo Massimi ocupó cargos relevantes, fue camarero secreto del papa, canónigo de San Pedro Vaticano, clérigo de la Cámara Apostólica, Patriarca de Jerusalén, nuncio o embajador de la Santa Sede en España y, por fin, cardenal. Los Massimi habían sido hispanófilos y entre los miembros de la familia hubo militares que lucharon en los ejércitos españoles, otros que formaron parte de los Consejos Reales y alguno que también fue nuncio en nuestro país.
Camillo Massimi, con estos antecedentes familiares y su propio talante personal, culto, educado, rico, diplomático, estaba destinado a ser el representante del Papa en la corte española, como así sucedió en febrero del año 1654, y hubiera sido un verdadero trampolín que le hubiera lanzado a metas más altas todavía si no se hubiera producido un lamentable malentendido. Su exquisita formación, sus buenas relaciones con todo el mundo, pero especialmente con los Barberini (la familia del anterior papa, más partidario de Francia que de España), suscitó el rumor de que Camillo Massimi era un agente favorable a los franceses y por esta razón fue declarado persona «non grata» por el rey de España Felipe IV, que no quería tenerlo en Madrid por esa suposición de que era espía de Francia.
Massimi había llegado por mar desde Roma a Valencia, con la intención de dirigirse desde allí a Madrid, siguiendo el Camino Real que pasaba por Campillo de Altobuey, para presentar sus cartas credenciales al monarca, pero al encontrarse con esa contrariedad de no ser admitido por Felipe IV como embajador o nuncio de la Santa Sede y no tener el placet regio, se vio obligado a residir a mitad de camino, en Campillo, donde llevaría a cabo sus tareas diplomáticas y trataría de arreglar su problema y propiciar un cambio de su situación que le llevara a Madrid y la corte española.
¿Por qué en Campillo?
Principalmente por la distancia de la Corte (marcada por la diplomacia hispana), por su ubicación, por sus buenas comunicaciones con Madrid, con Lisboa, y con Toledo, (sede del Primado de España) y con el puerto de Valencia.
A eso se añadiría la existencia en Campillo de abundantes posadas, mesones, hospital, numeroso clero y movimiento constante de correos, postillones y trajinantes que, con la debida discreción, podrían conducir las noticias y los mensajes necesarios a donde fuere menester sin levantar sospechas de ningún tipo. Esta situación se prolongó bastante en el tiempo (las cosas de palacio van despacio) y propició que durante 1654 y parte de 1655, hasta mayo, el nuncio o embajador del Papa en España, Camillo Massimi, residiera en Campillo. Aquí, pues, estuvo todo ese tiempo el embajador o nuncio apostólico, y como la persona lleva el cargo y el cargo la institución, puede afirmarse sin ambages que Campillo fue la sede de la embajada del Vaticano en España durante esos años. Hablando con propiedad, mejor debería decirse que estuvo en el pueblo la Nunciatura y el nuncio de la Santa Sede, que es como se conocen a las embajadas y a los representantes de la Iglesia en los medios diplomáticos.
¿Dónde vivió el Nuncio en Campillo, dónde estuvo la Nunciatura?
El lugar donde residiera el nuncio en Campillo de Altobuey no deja de ser una incógnita. Es una pregunta cuya respuesta quizá esté en la documentación custodiada en el archivo de la familia Masssimi en Roma. El cargo, el personaje y el potencial económico, reclamarían un palacio o mansión acorde con el rango. Pero en Campillo no se ha conservado ninguna construcción de esa categoría ni de esa época, lo que tampoco quiere decir nada, porque ha podido ser derribada, caso de que hubiera, y el convento no había sido levantado todavía.
Puede ser que arrendaran o recibieran en préstamo alguna casa pairal (una suerte de casa solariega) que los aposentadores del nuncio se ocuparían de preparar y adecentar para la comitiva y séquito diplomático con muebles, cuadros, tapices, obras de arte, etc. y desde allí seguirían cumpliendo con sus cometidos de representación diplomática vaticana.
A Campillo acudirían otros embajadores de potencias extranjeras para entrevistas con el Nuncio; sería punto de reunión de los obispos y nobles hispanos convocados allí a consultas para trata de solucionar esa anómala situación de interinidad en que se hallaba el representante máximo de la Santa Sede en nuestro país; por el Camino Real circularían agentes y espías de los bandos en liza para obtener datose información con la excusa de ir de viaje. La animación y la cantidad de gente que pulularía por Campillo debieron ser extraordinarias. El tema es de lo más sugerente y casi da para película. La documentación conocida al respecto hasta ahora es mínima, una sencilla referencia, algunas cartas fechadas en Campillo, custodiadas en el Archivo Secreto Vaticano y poco más.
Implicación italiana en la fundación del convento agustino de la Loma
Aparte de lo que va dicho, no hay que olvidar la intervención de la Princesa de Paliano, española e hija de la Duquesa de Medinaceli, en el proceso de fundación del convento agustino recoleto de Nuestra Señora de la Loma en Campillo décadas después. Y es que el Principado de Paliano es el título nobiliario más importante de la familia Colonna en Italia, hispanófilos también como los Massimi, metidos hasta las trancas en la diplomacia vaticana y con lazos familiares muy fuertes entre ambas familias por vía matrimonial. El emparentamiento por matrimonio entre el primogénito de los Colonna y una Medinaceli, los Príncipes de Paliano, explicaría en cierta medida la presencia del nuncio Camillo Massimi en Campillo, ayudado por los nobles españoles, tradicionalmente bien relacionados y finalmente emparentados con los italianos, que tenían intereses notables o influencias sólidas en la comarca campillana.
Fue la Duquesa-madre de Medinaceli la que obtuvo a través de su hija, la Princesa de Paliano, y ésta a través de la mediación de su marido, principal miembro de la familia Colonna, el Breve Papal que autorizaba la fundación del convento agustino de la Loma en contra de los franciscanos de Iniesta, y esto fue así por la facilidad de acceso de los Colonna al Romano Pontífice y el papel relevante que habían desempeñado en la diplomacia vaticana, al igual que otras familias romanas, como los Massimi, quienes se ayudaban entre ellas e incluso estaban unidas por lazos de sangre, si pertenecían al mismo partido y eran de intereses coincidentes, como era el caso.
Fin de la estancia
Mientras no se aclaró ese rumor contrario al Nuncio, este permaneció en Campillo y aquí se llevó a cabo la diplomacia vaticana en España. Por fin, al aclararse los malentendidos y con motivo de su incorporación a la nunciatura madrileña, Camillo Massimi obsequió al rey Felipe IV con dos esculturas marmóreas muy importantes que representaban a Cupido, una era obra de Guido Reni y la otra de Guercino, dando por finalizada esta anómala situación gracias a la cual Campillo de Altobuey sonó, y mucho, y estuvo en el ojo del huracán de la diplomacia española y europea en esos años de 1654y 1655.
Santiago Montoya Beleña
Campillo, 2011