Martín Polo vino al mundo en Campillo de Altobuey, el año 1692, en el seno de una familia de hidalgos cuya situación económica le permitió seguir los estudios de arquitectura. Con treinta y dos años viajó a Sudamérica, llegando a la ciudad de Cartagena de Indias en 1724, enrolado en la escuadra del Marqués de Saltillo, donde trabajó en las obras de fortificación de la ciudad que dirigía el ingeniero militar Juan de Herrera y Sotomayor, obras que abandonó Polo por discrepancias con alguno de sus superiores, pasando en el año 1732 a la población de Monguí, en Boyacá, como perito tasador de las obras llevadas a cabo en la iglesia franciscana de la localidad. Fueron unas obras un tanto desgraciadas, por la insuficiencia de los recursos económicos, lo que obligó a Martín Polo a tomar las riendas de las mismas y llevarlas a buen término, derruyendo todo lo construido hasta entonces y levantándola de nuevo. El terreno inestable y la humedad del lugar, dieron al traste con el proyecto inicial, luego retomado casi ”ex novo” por Martín Polo Caballero, según contrato firmado con el Síndico de Nuestra Señora de Monguí.
En 1736 hallamos a Martín Polo residiendo en la ciudad de Santafé, dirigiendo las obras del «Hospital de Jesús, María y José» para la orden de los Hermanos Hospitalarios de San Juan de Dios. En 1739 firma un nuevo contrato para impulsar las obras del templo franciscano de Monguí, abandonadas o inacabadas por razones desconocidas, instalándose de nuevo en esta localidad de la actual Colombia, antes Nueva Granada. Avanzó mucho las obras, integrando en ellas como buenamente pudo y supo lo construido de las dos torres levantadas hacia 1715, torres que acabó, así como la fachada principal, para la que proporcionaría las trazas. A pesar de su interés y de su entusiasmo constructivo, Martín Polo tampoco pudo ver acabadas las obras de la iglesia de Monguí, porque en febrero del año 1740 falleció accidentalmente al caerse de un andamio. Tuvieron que pasar veinte años más para que los franciscanos las pudieran ver terminadas.
También parece que es obra suya el claustro del convento franciscano, aunque lo más valioso, artísticamente hablando, sea la fachada principal del templo, con un diseño barroco clasicista, columnas de fuste estriado y capiteles corintios, y otros elementos arquitectónicos de tradición hispana, como el frontón partido, las pirámides de bolas, columnas labradas y decoración barroca.
Pertenece la iglesia y convento franciscano a ese grupo de construcciones llevadas a cabo en los pueblos de los indios de la zona andina. Este convento servía de casa de reposo para los misioneros que iban a evangelizar en los llanos de Casanare. La iglesia tiene tres naves, no una, según era habitual, y lo más destacado era la gran escalera de acceso a las galerías altas, con dos tiros de subida que generan perspectivas de interés. La escalinata de entrada al templo también resulta muy elegante al disponer de tres accesos que conducen a un atrio sobreelevado donde poder decir misa al aire libre a los indios reunidos en la plaza en que se levanta el convento franciscano. El claustro es de pilares con arquerías y el del piso superior se cubre con armadura de pares y nudillos.
El aspecto de todo el conjunto, a pesar de ser obra del siglo XVIII, es muy arcaizante, parece más del siglo XVI y evoca el bajo Renacimiento, con la gran ventana geminada sobre el arco de la puerta y sustentando el frontón partido con óculo central, varias hornacinas en la fachada, piñón marcando la vertiente a dos aguas del tejado y cúpulas semiesféricas blancas rematando las dos torres-campanarios laterales en un ejercicio de perfecta simetría ornamental. Se nota la influencia de tantas portadas que se levantaron en la histórica ciudad de Tunja, la capital de la provincia.
Pues bien, todo esto es obra del arquitecto campillano Martín Polo Caballero y por su buen hacer ha merecido pasar a la historia del arte, aunque haya sido de forma muy somera. Pero para Campillo es un nombre a tener en cuenta y añadirlo a la lista de campillanos ilustres.
Santiago Montoya Beleña
Campillo, 2010.