Cuando se hace referencia a Antonius Stradivarius como autor de algún instrumento de cuerda (violín, violoncelo, viola, etc.) se puede decir que estamos ante una obra excelsa salida de las manos del más grande lutier de todos los tiempos. Para ponderar la perfección, el valor y la calidad de las piezas que fabricó se ha llegado a decir de ellas que son como la Gioconda de la pintura, es decir, lo mejor de lo mejor en instrumentos musicales de cuerda.
Los especialistas discuten, y no se ponen de acuerdo, sobre qué es lo que hace tan buenos y maravillosos a sus instrumentos, las maderas bien curadas, los barnices secretos empleados, los detalles de su construcción y decoración, los arcos capaces de obtener sonidos y músicas celestiales… No se sabe bien. Lo cierto es que son instrumentos únicos, escasos, valiosísimos, muy buscados por los coleccionistas, que llegan a pagar verdaderas fortunas por uno de ellos, y estamos hablando de decenas y decenas de millones de dólares o euros. En el Palacio Real de Madrid se conservan cinco instrumentos salidos de las manos de Stradivarius, dos violines, dos violoncelos y una viola, y están considerados como la mejor y más valiosa colección del mundo, encargo de los propios reyes españoles a este italiano nacido en Cremona en el siglo XVIII.
Dicho esto… ¿Y si resultase que en Campillo de Altobuey tenemos un violín Stradivarius? Vayamos por partes. La gente más mayor de Campillo recordará que por los años sesenta del pasado siglo fuimos noticia en la prensa escrita por este motivo, al haberse detectado en Campillo la existencia de un posible violín Stradivarius. Se hicieron eco del hallazgo dos periódicos de tirada nacional, el ABC de Madrid y La Vanguardia de Barcelona.
Martín Álvarez Chirveches, el famoso periodista de prensa escrita y radio, que por aquel entonces emitía sus crónicas desde Cuenca, y al que la gente prestaba mucha atención por su tono reivindicativo y «cañero» en la época franquista, era a la sazón el corresponsal en Cuenca del ABC, y el 6 de julio de 1966 firmaba un pequeño artículo titulado «Un Stradivarius en Campillo de Altobuey».
Se refería el periodista a Campillo como el pueblo del mucho y rico azafrán, pueblo de fértil labranza y de gentes bien avenidas. Hablaba de los dueños del violín, Santiago Sahuquillo Huerta (Santiago, el Herrero de San Roque), su mujer Lorenza Linuesa Sáiz y sus tres hijas, María Victoria (Maruja), Emilieta y Angelita, que tuvieron su peluquería en la casa familiar de la calle de San Roque.
Chirveches hablaba de que fue de modo casual cómo se enteraron del valor enorme de los Stradivarius a través de una clienta de la peluquería, María Gracia Tato Cumming, de grata memoria e interesada por las antigüedades y objetos curiosos. Al ser preguntado el herrero por esta señora sobre si tenían en la casa alguna antigüedad, le hizo caer en la cuenta y recordar que en la cámara tenían un violín con algunas indicaciones de autoría en la etiqueta pegada en el fondo de la caja:«Antonius Stradivarius Cremonensis faciebat Anno 17..” y un círculo con las iniciales y la cruz característica de los instrumentos salidos de las manos del luthier cremonense.
El periodista Chirveches acababa su artículo hablando de algún viejo periódico o revista atrasada donde se percataron de la existencia y subasta de algún violín de estas características y quedaba a la espera de que se confirmase su autenticidad, pero que, fuese cual fuese el veredicto, había colocado a Campillo en el centro de la noticia nacional. Lo cierto es que la propia María Gracia Tato, mujer culta y organizadora de una biblioteca parroquial en el pueblo y hermana del periodista alicantino Tato Cumming, fue la que dio la noticia a la radio y al periodista Chirveches, quien le echó al tema un poco de suspense y literatura, y a partir de ahí todo trascendió a los medios informativos.
Unos días antes, el 2 de julio del mismo año, el periódico La Vanguardia, de Barcelona, publicaba otro artículo titulado «Los hallazgos insólitos», firmado por ERO (que seguramente son las iniciales del nombre del periodista) donde también se hacía eco del insólito hallazgo del Stradivarius de Campillo en poder de la familia Sahuquillo. El periodista se sorprendía, grata y lamentablemente a la vez, por lo que suponía de dejadez, desatención al patrimonio y aldeanismo. Pero así son y suceden las cosas, en el arte y en la historia. Yo recuerdo el revuelo que se suscitó a raíz del hallazgo, se hicieron fotos y entrevistas a Santiago el herrero y a su familia, y comentó que el violín no tenía cuerdas porque se las había quitado para arreglar la radio. Recibieron alguna oferta sustanciosa, pero de todo aquello nada más se supo.
Y como las jóvenes generaciones están obligadas a conocer y repensar su historia, se me ha ocurrido desempolvar de nuevo el tema, una historia entrañable, que de haber resultado ser un Stradivarius auténtico, hubiera puesto a Campillo en el ojo del huracán de la información y en el momento presente arrancará una sonrisa en los rostros de los más jóvenes.
He tenido la suerte de conocer el asunto de primera mano, gracias a María Victoria Sahuquillo, hija del herrero Santiago, quien, efectivamente, confirma las noticias que transmitía Chirveches. El violín llega a la familia a través del padre de Lorenza, herrero también, quien atendió y les hizo algún arreglillo en el carromato a unos cíngaros que por allí pasaron y, como no tenían dinero para pagarle, pues le pagaron con el violín en cuestión. Antes, y hasta los años sesenta del pasado siglo, era normal que por nuestros pueblos pasaran gitanos, lañadores, cíngaros y húngaros (según se les nombraba por entonces), vagando de un lado a otro, cobijándose donde podían, errantes de pueblo en pueblo, viviendo o malviviendo de lo que les daban, de lo que les pagaban por algún trabajillo, echar anea a una silla, estañar un caldero, lañar una tinaja rota, arreglar un somier, o de coger lo que la naturaleza ponía a su alcance.
Siendo yo estudiante, teníamos clase de gimnasia con Don Eduardo Maldonado en las eras de San Roque. Don Eduardo era maestro, pero también era practicante, enfermero, y dicen que tenía buenas mañas de comadrón, y allí se presentó un carromato de gitanos con una joven que venía de parto, un poco difícil y complicado, y querían que la atendiera y que tenía su carro «mu limpico y mu aseao». No sé cómo acabó la historia, pero recuerdo decir a Don Eduardo que el carro no reunía condiciones sanitarias para un alumbramiento. Y pagarle, le pagarían vaya usted a saber cómo.
Pues algo similar tuvo que ser lo del violín Stradivarius de Santiago Sahuquillo. Las piezas del rompecabezas encajan, y la fama del fabricante de los famosos instrumentos de cuerda, Antonius Stradivarius, fue tan grande que por todas partes se copiaron y falsificaron, especialmente en Alemania, Checoslovaquia y otros países del Este de Europa, tan aficionados a la música, y en estas copias no dudaban en reproducir hasta la etiqueta de autoría de Antonio Stradivarius pegada en su interior. Por lo tanto, es posible que el violín Stradivarius de Campillo fuera una de esas copias que se hicieron y circularon por Europa del Este, que llegó a España y a Campillo en el carromato de unos «húngaros» errantes que venían en busca de mejores condiciones de vida. He visto personalmente el violín de Campillo, está muy deteriorado a consecuencia de un pequeño accidente doméstico y María Victoria Sahuquillo está dispuesta a restaurarlo; parece una copia de las muchas que se hicieron, en la etiqueta falta la letra «f» de la palabra faciebat y le falta la indicación de las decenas y unidades en la fecha, que Stradivarius solía añadir a mano; ningún experto lo ha estudiado todavía, pero mientras tanto… ¡Mira que si es auténtico, que no creo, pero nunca se sabe! Así que, mucha suerte para Campillo y mucha más suerte para María Victoria y su familia.
Santiago Montoya Beleña
Campillo, 2014