Quizá los jóvenes de Campillo no sepan nada de este personaje famoso, pero sí sabrán de él los mayores, quienes, siempre que salía Juan Diego en las conversaciones, se deshacían en elogios hacia su persona.
No era campillano de nacimiento, pero sí de adopción; había nacido en El Peral en 1871, viniendo a trabajar a Campillo en 1896, en casa de los señores Briz López, de mozo de mulas. Pero tal ocupación no fue inconveniente para adquirir una sólida formación y un gran bagaje cultural, con la única ayuda de su propio esfuerzo y entusiasmo por el saber, en el tiempo que dedicaba por las noches al estudio, una vez acabadas sus obligaciones laborales en el campo.
Fue Juan Diego un hombre bueno, en el sentido más amplio de la palabra, que supo ganarse pronto el respeto, la consideración y la admiración de todos los campillanos de su época. Fue un hombre honrado a carta cabal, autodidacta, curioso, y de una rica personalidad.
Sorprende la vasta cultura y los conocimientos que llegó a poseer este labrador querido y respetado por todos, y más sorprende que fuera capaz de componer las poesías que vamos a reseñar en este artículo.
La primera es un soneto que hizo Juan Diego para conmemorar la coronación canónica de nuestra patrona el 8 de septiembre de 1924. Dice así:
A Nuestra Señora la Santisima Virgen de la Loma:
¡Salve Madre de Dios! cuya grandeza
canta hoy el cielo en divina melodía
¡Salve! canta la Tierra, ¡Oh madre mía¡
para ensalzar tu virginal pureza.
¡Salve! repite el bruto de mayor fiereza
¡Salve! las avecillas cuando apunta el día;
¡Salve! mares y vientos a porfía
y ¡Salve! canta toda la naturaleza.
¡Salve Virgen de la Loma!, soberana,
de tu pueblo, a la vez, Madre y Patrona;
con nuestros corazones formamos tu peana.
¡Salve! mil veces el Campillo entona,
y hoy te ofrenda la joya más galana
con que frente inmaculada se corona.
De esta poesía decía el propio Juan Diego que, “aunque carente de toda noción literaria, viví, sentí y escribí en aquella memorable fecha«.
En el año 1930 escribió en Campillo otro soneto, de título «La espera de la liebre en luna llena». A Juan Diego le gustaba muchísimo la caza y se iba a la espera con su amigo Florencio Moril por el Vallejo de la Emilia; en un momento donde los lugareños se entretenían con estos pasatiempos; luego le daba cargo de conciencia haber ido a cazar y perder el tiempo de esa manera un labrador tan trabajador como él; pero la humana debilidad le llevaba de vez en cuando a la «espera» y a compartir la mala fama de un poco vagos de los amantes de «la escopetica». El soneto dice así:
Traspone, lento, el Sol por Occidente,
orlado de arreboles de oro y grana;
el cielo, de topacios se engalana,
y la noche, se aproxima lentamente.
Mas, de pronto, aparece en el Oriente
el disco de la Luna, soberana,
que, dominando la tiniebla, ufana,
nos presenta su cara sonriente.
Majestuosa, se eleva en su carrera
derramando a torrentes luz de plata,
que ofrece al cazador que está en espera,
vigilando y oculto entre una mata,
y el ritmo de su pecho se acelera,
al venir la liebre que, triunfante, mata.
También dedicó una poesía a su nieta María Real, con motivo de su cumpleaños; la escribió en Campillo en 1932, titulándola «A mi querida nieta María Real. Felicitación«, y dice así:
¿Por qué secreto impulso, en este día,
sobre el terso papel garrapatea
trémula de emoción la pluma mía?
¿Por qué, mi mente oscurecida, pulsa
las tensas cuerdas de la dulce lira
importunando a la rebelde musa?
¿Por qué, mi pensamiento, en santo anhelo,
cruza los horizontes y a ti llega
cual paloma feliz, en raudo vuelo?
Porque es esta la fecha venturosa
en que cumples doce años; y, por eso,
en tu alma infantil y candorosa,
se extasía mi mágico embeleso;
y por verte vivir siempre dichosa,
en tu alba frente sentirás el beso…
De tu abuelo
Escribió otras poesías, cuentos, vivencias, una elegía por la muerte de su padre que resulta impresionante por la expresión de sentimiento que hace el autor y que mereció los elogios de Antonio Cobo. Se ocupó, también, de astronomía, caza, labores del campo, costumbres, e incluso fue pintor aficionado, siendo obra suya el «Santiago a caballo» que estaba en el coro del Convento, desaparecido en el robo de 1979 y que no se recuperó.
Ante tanta belleza poética, sencilla, pero inspirada, a los campillanos no nos queda otro remedio que sentirnos orgullosos de este hombre autodidacta tan vinculado al pueblo y al que se le debe un más que merecido homenaje y un recuerdo constante e imborrable en la historia de Campillo de Altobuey.
Santiago Montoya Beleña
1994 y 1996
Foto cedida por su biznieta Rosa Garrido Mata
Merecido homenaje a este señor.
En hora buena 👍
De acuerdo con Leo.
Hoy hay emprendedores pero como dice Cristina Ayuso el era erudito y autodidacta
Gracias Santiago.
Un apunte (error de imprenta ) en la primera fotografía su mujer no es la que figura si no su hija Vitoriana.