El periódico “El Día de Cuenca” en su edición núm. 39 de 27 de julio de 1915 publicó la siguiente noticia referida a la actividad musical de Campillo de Altobuey:
“Por el elemento joven se ha constituido una Sociedad, artístico-musical, titulada La Unión, quien muy en breve organizará amenas veladas, que auguramos han de resultar muy animadas”
No tenemos más datos sobre la referida sociedad “La Unión”, pero lo cierto es que Campillo continuó con su gran afición musical, e hizo méritos propios con los que se ganó el agraciado y merecido sobrenombre de “El pueblo de los músicos”, y así es como fue conocido en toda esta comarca.
Para el resurgir de tantos músicos que hubo en nuestro pueblo en aquellas fechas, hizo falta la colaboración y dedicación de varias personas, las más de las veces totalmente desinteresadas. Entre ellas sobresalieron Isidoro Gómez y Gregorio López “El Sacristán”.
Isidoro enseñó a muchos el arte de la música y formó una buena orquesta, encanto en aquellas fechas en los salones de Teófilo y Nicolás cuando celebraban los bailes de máscaras, los de candil o los de quinqué.
Gregorio, además de ser el organista de nuestra parroquia, tuvo una academia de música donde enseñó el necesario y preciso solfeo para cualquier músico instruyéndolos para la ejecución de partituras de instrumentos propios de una banda, como también del piano o el acordeón, etc.
Formó una banda de música que fue conocida como “La banda del Sacristán” y también como “La Morronga”. A sus componentes los llamaron “Los del cosmético”, pues en sus actuaciones cuidaron con mucho esmero su buen aspecto personal y sobre todo el peinado, siempre adornado con una buena y abundante loción de brillantina, y en ausencia de ésta con aceite del quinqué. Durante más de 20 años dieron conciertos y amenizaron fiestas, tanto en Campillo como en toda esta comarca logrando con su buena música gran popularidad.
También hubo una segunda banda formada por algunos músicos separados de la anterior con la que tuvieron una gran rivalidad. Fue conocida como “La Chulona”, y a sus músicos los llamaron “Chulones”. Este nombre o apodo se lo pusieron porque cuando iniciaron su carrera musical, en una de las novenas del Convento, tocaron “La Chulona”, famoso pasodoble que en un pasaje de su letra decía: “Chulona, chulona me vas a matar”.
Fructuoso López, el hijo de Gregorio, continuó con una banda de música municipal, gestionada ésta por el ayuntamiento de turno. Su vida no fue muy dilatada, y después de su desaparición, que debió de ocurrir aproximadamente por los años 60, Campillo para amenizar sus fiestas mayores tuvo que recurrir a los servicios de la banda de música del pueblo vecino de Minglanilla.
Y por fin en el año 1977 hizo presencia de nuevo en Campillo su buena inspiración musical, tan habitual en este pueblo, y con un pequeño grupo de buenos músicos nació una nueva banda: “La Unión Musical de Campillo de Altobuey”, la que perdura y disfrutamos hasta ahora. La han dirigido Pedro Tinaut Sahuquillo, Ángel Mazcuñán Saiz, y actualmente Juan Moreno Martínez.
Como consecuencia de haber tantos músicos en aquellos pasados años también proliferaron los bailes: el de Teófilo, el de Nicolás, el de casa Félix, el del Ramillete, el de casa Eusebio Marica, el de Chicón, el del Trébol, el del Trinquete del cine viejo, el de Juané.
También hubo dos verbenas que llegué a conocer, la de la Placeta Vieja (junto al Trébol) y la de la calle Coheteras, celebrada esta última en el año 1966. Las cercaban con ramas de sabina distribuyendo su interior en una zona de baile, una elevada para los músicos y otra para el ambigú donde servían gran variedad de bebidas a la clientela.
Para amenizar estos bailes en los locales mencionados, que eran de reducidas dimensiones, no era posible que tocara en ellos alguna banda, faltaba espacio para colocar allí a todos los músicos, por lo que fue preciso encontrar un instrumento que pudiera interpretar de las piezas musicales: la melodía, el acompañamiento, los bajos y el ritmo, todo al mismo tiempo, siendo una sola persona su ejecutante. Me refiero al estupendo y maravilloso “acordeón”, al que también han llamado “El piano del pobre”.
Después se fueron agregando a este instrumento otros como el saxofón y la batería, formando orquestillas de gran calidad. Qué buenas sesiones de baile se celebraban cuando en alguna de ellas tocaban El Arriero, Pelón y El Gafas, además de otras, que también las hubo.
De estos músicos acordeonistas se dice que llegaron a haber hasta más de 20, los cuales hicieron aún más famoso a Campillo. Además de ser “El pueblo de los músicos”, también fue conocido como “El pueblo de los acordeonistas”. Tocaron en fiestas patronales, domingos, fiestas de quintos, bodas, bautizos, hasta hubo bailes de roseras. Recorrieron buena parte de la Sierra y la Mancha. También llevaron su música a la zona de Utiel y Requena, y en algunas ocasiones hasta alguna falla de Valencia.
También os quiero recordar algún detalle que los jóvenes de la década de los 60 disfrutamos, gracias al maravilloso arte de la música, en aquellas tardes de fiesta principalmente en el baile de Juané:
Este salón de baile se inauguró el año 1957 y estaba distribuido de la forma siguiente: en primer lugar, la sala principal con sus dos columnas de hierro en el centro. En ella bailábamos los más jóvenes en general, y también algunos casados. A continuación y un poco más alto otra zona un poco más estrecha y alargada, la solían ocupar parejas un poco más mayores, y sobre todo los que ya eran novios. Y al fondo había una terraza cubierta con una parra de uva blanca, donde bailábamos en verano.
Las tardes de los domingos que habíamos decidido ir al cine, al terminar éste aún nos quedaba tiempo para echar alguna piececilla, por lo que nos acercábamos al baile de Juané para ver como estaba de público.
Casi siempre, por no decir siempre, sacábamos nuestras localidades y entrábamos. Era nuestra meta final de cada domingo, poder bailar con alguna de nuestras amigas. Las chicas eran afortunadas y a esas horas podían entrar gratis.
Bailar sí que bailábamos, pero siempre bajo la mirada vigilante de todas las madres. Ellas no pagaban entrada y ocupaban las sillas que había rodeando la primera sala. Desde esa posición no se les escapaba detalle de lo que allí pudiera ocurrir.
Nosotros mientras, bailando sin parar, dando vueltas y vueltas a las dos columnas de hierro que había en el centro, y esto haciéndolo siempre a derechas. Teníamos que llevar por cuenta el orden de nuestras bailadoras; esta pieza la bailo con fulanita, la siguiente con menganita, y así sucesivamente, cada uno se apalabraba las que podía. En alguna ocasión también pedíamos a los músicos que tocaran alguna pieza para dedicársela a alguna chica y así quedar muy bien con ella.
Pero había otra cuestión no menos importante, tanto para las chicas como para los chicos, me refiero a las solteras y solteros sin compromiso, y es que, si alguna pareja bailaba dos piezas seguidas, ya está, todas las madres cuchicheando de que si esos dos ya son novios. Y así, poco más o menos, se desarrollaban aquellas tardes de los domingos.
También quiero haceros algún comentario más sobre los acordeonistas, que por mi condición de hijo de uno de ellos tuve oportunidad de conocer muy de cerca.
Recuerdo la compra de la imagen de Santa Cecilia (que por cierto durante algún tiempo se guardó en casa de José Panadero Bayo), su procesión el día de su onomástica, las comidas que hacían en esta celebración…
Y en las noches de verano, cuando estábamos tomando el fresco, algún vecino le decía a mi padre: Cándido saca el acordeón y tócanos alguna pieza. Le faltaba tiempo para hacerlo y enseguida todos nos poníamos a bailar.
También quiero relataros lo que un día me contó Antonio Lahiguera “El gafas” sobre las actuaciones de mi padre. Me decía que después de hacerle al público bailar hasta hartar paraban para hacer algún descanso, pero durante el mismo en vez de dejar de tocar su acordeón, lo que hacía era interpretar piezas clásicas como podían ser “El sitio de Zaragoza”, “Czardas de Monti”, “La leyenda del beso”, “Bajo la doble águila”, etc. Ésta no era una música para bailar, era para ser escuchada.
Pero sobre todo lo que se me quedó grabado y nunca olvidaré es la camaradería y amistad tan sincera que se tenían entre los acordeonistas, porque en realidad aunque eran competencia siempre los vi comportándose entre ellos como verdaderos compañeros y amigos.
De los músicos acordeonistas que hubo en Campillo he podido recoger los nombres de los siguientes:
- Gregorio López García “El Sacristán”
- Pedro Tinaut Cambronero “Lagarto”
- Cándido Mazcuñán Saiz “El Arriero”
- Emiliano Cambronero Cambronero “Cascabel”
- Antonio Tinaut Sahuquillo “El Sacristán”
- Jose Panadero Bayo “El Huercemero”
- Emiliano Moragón Beleña “Emilianete”
- Luis Gallén Sahuquillo “El Del Circo”
- Pepito Cambronero Cambronero “Cascabel”
- Jesús Martínez Navarro “El Plasentino”
- Nicolás Mateo Mazcuñán “Nicolasete”
- Fructuoso López Ruiz “El Sacristán”
- Julian Moragón Salvador “Pioto”
- Pepito Moragón Berlanga “Pioto”
- Luis Deante García “El Carpintero”
- Julian Deante Mateo “El Carpintero”
- Jesús Saiz Gómez “Salvelio”
- Manuel Sahuquillo Monteagudo “Maza”
- Cándido Ruescas Berlanga “Cuto”
- Julio Navarro Briones “Juancho”
- Ricardo Navarro Briones “El Herrero”
A todos ellos debemos de agradecer lo bien que nos lo hicieron pasar en aquellos bailes de los domingos, de fiestas, de bodas, de quintos, de roseras.
Ahora solamente hay días de baile (con músicos presenciales) durante las fiestas patronales, y aunque cada día viene una orquesta diferente con músicos muy buenos y con equipos de sonido e iluminación espectaculares, éstos no tienen la calidad y cercanía que los nuestros siempre tuvieron con nosotros.
Me he decidido a escribir estas líneas para recordar y dar las gracias públicamente a todos los músicos campillanos, que con su arte y buen hacer siempre consiguieron y consiguen alegrarnos muchos momentos de nuestra vida.
José Luis Mazcuñán Saiz “El Arriero”
2019
El músico que toca el clarinete, sentado al lado de Pedro Tinaut (Lagarto) es mi abuelo Jesús Tinaut Beleña (Lagarto) tocaba el clarinete y siempre iba con Pedro. Eran primos hermanos, a él también se le debe este reconocimiento. Gracias