Es sabido por todos que, a consecuencia de lo ocurrido en los tristes días de la guerra civil, sobre todo al inicio de la misma, desaparecieron por robo, destrucción o extravío numerosas obras de arte y, especialmente, piezas de orfebrería de oro y plata, adornadas a veces con pedrería valiosa.
Los metales nobles eran codiciados sobremanera por su facilidad de transformación en dinero contante y sonante, en divisas, o por su potencial ocultación y posterior conversión en caudales. El gobierno de la República se esforzó hasta extremos insospechados en arbitrar las medidas pertinentes para preservar el patrimonio artístico español y creó un Servicio de Incautación de Obras de Arte para preservarlas y evitar su desaparición o pérdida.
Corona y alhajas de la Virgen de la Loma
En lo referente a Campillo, la mencionada Junta de Incautación del Tesoro Nacional remitió carta a Antonia López de Frías y Cobo, la cual era entonces mayordoma de la Virgen de la Loma, o mejor podríamos decir que era su camarera y responsable del cuidado de la imagen, porque en esa época ya no existía la Hermandad de la Virgen de la Loma que en otros tiempos sí funcionó, apremiando a la citada señora para que en fecha determinada presentara y entregara en sus oficinas de Cuenca la corona y alhajas de la Virgen de la Loma. Esta corona resultaba muy conocida al haber sido la utilizada en la coronación canónica de la Virgen de la Loma en el año 1924, al haberse tomado numerosas fotografías y haber trascendido a los medios informativos su valor crematístico y su calidad artística. Se trataba de una magnífica pieza de orfebrería, de notable tamaño y realizada en un estilo neobarroco muy del gusto de la época
Es preciso aclarar que era una pieza fabricada para la ocasión, no se trata de una pieza antigua, y se había realizado con joyas familiares de la mayordoma, Antonia López de Frías y Cobo, quien aportó para su realización las joyas de su familia, una de las de más rancio abolengo de la población y con las aportaciones dinerarias y de metales preciosos de los campillanos y devotos de la Virgen de La Loma. El dinero donado servía para contribuir a los gastos de la corona y del fastuoso trono de plata que todavía conservamos y del que no conocemos cómo se salvó del robo y destrucción en la guerra. Que la corona no se trate de una pieza antigua no le resta mérito porque en el conjunto entrarían la corona del Niño y otros adminículos de adorno (el orbe, las arracadas, etc.).
De su autoría nada se sabe por no existir documento alguno que lo atestigüe, pero que bien pudiera ser una pieza salida del obrador del orfebre valenciano Pajarón o de algún otro madrileño.
Tal y como se le ordenó, la buena señora presentó en Cuenca el estuche con las alhajas y, a partir de ahí, nunca más se volvió a saber de ella. Algo se podría haber hecho, algún tipo de reclamación, pero nada se hizo, y eso que se contaba con la ventaja de estar fotografiada hasta la saciedad y de poderse contemplar en el magnífico reportaje que se le hizo con motivo de la coronación canónica, donde hasta una decena de distintas fotos de recuerdo se pueden contabilizar y no falta alguna de ellas en la mayoría de los hogares campillanos.
El franquismo por su parte también se ocupó de crear un Servicio de Recuperación de Obras de Arte al finalizar la guerra civil, y aún antes, pero tampoco se hizo nada sobre esta nueva instancia administrativa para tratar de recuperar las alhajas, o si se hizo algo no surtió efecto o no tuvo los resultados positivos que a todos nos hubiera gustado.
Las provincias de Madrid, Toledo, Guadalajara y Cuenca fueron, quizá, las más afectadas por estas actuaciones en su patrimonio artístico, vinieran de uno u otro color político. Se sabe que de Cuenca salieron hacia Ginebra once grandes cajas o baúles repletos de notables piezas de orfebrería, de las cuales, increíblemente, solo retornaron dos de esos contenedores. Siempre me he preguntado si ahí iba la corona de la Virgen de la Loma, que creo que sí, y a la vez me pregunto por qué razón no volvió o qué sucedió con la mayoría del tesoro conquense. Lo normal sería haber tirado del hilo, haber buscado pistas, datos, documentos que nos hubieran proporcionado alguna información al respecto, cuando no su hallazgo.
Conforme va transcurriendo el tiempo, su recuperación es cada vez más difícil y complicada, pero, aun sin dejar de ser importante, que lo es, no es tanto lo primordial cuanto el derecho que todos tenemos a estar informados, a conocer la verdad de lo sucedido, a recuperar la memoria histórica, porque solo la verdad hace libres a las personas y solo el conocimiento de la historia evitará a los países su repetición, al menos en los aspectos negativos y dolorosos.
Actualmente el joyero de la Virgen de La Loma es bastante escaso y sólo cuenta con unas pocas cosillas regaladas al acabar la guerra civil, un par de doblas, un aderezo, unas arracadas, un cordón de oro, una corona nueva de escaso mérito y valía y poco más.
Sagrario del altar mayor de la iglesia parroquial
La primera es un sagrario que se hizo el año 1931, es decir, antes de la guerra civil, para el altar mayor de la iglesia parroquial. En este caso también fue una donación de la mencionada señora DªAntonia López de Frías y Cobo, refiriéndose la documentación conservada en los archivos a este tabernáculo como «un magnífico y artístico sagrario, que está llamando la atención de cuantos lo contemplan».
La única fotografía existente del antiguo altar mayor, quemado en la guerra, no permite conocer demasiado bien cómo sería esta pieza, y más aún si tenemos en cuenta que lo habitual era cubrir los sagrarios con ese velo litúrgico y mistérico llamado conopeo, e incluso también podría ocurrir que esa fotografía antigua estuviera tomada antes de la fabricación del sagrario que comentamos.
Muchos campillanos hemos conocido un excelente sagrario de plata y bronce que, ya sin uso, estuvo colocado durante muchos años sobre la cajonería que hoy está en la sacristía del Cristo y antes estuvo en la sacristía de la parroquia primero y en la del Padre Eterno después, sagrario del que al parecer se deshizo nuestro ínclito Don Guillermo para comprar el cemento de alguna de sus numerosas obras y hoy luce de adorno en el bar de un parador vascongado.
Sobre si este sagrario exiliado es el que se realizó en el año 1931 o si es alguna pieza mucho más antigua, o si pudo desaparecer en la época de la guerra civil, ninguna certeza existe al respecto, pero sería muy agradable y emocionante traer alguna luz sobre la obra en cuestión.
Don Julián Briz Cuesta, párroco que fue de Campillo, escribió una carta al obispo de Cuenca, Cruz Laplana, invitándole a ver el sagrario en casa de José Cobo en aquella ciudad. El buen hombre aprovecha la ocasión para pedirle al obispo mil pesetas con las que sufragar las mil trescientas que costaban las obras de repristinación de la capilla mayor parroquial, porque la capacidad recaudatoria del propio pueblo apenas podía llegar a las trescientas pesetas. Pero el obispo, de su puño y letra dice que se le conteste a Don Julián que no es posible acceder a su petición económica, y es que ya eran tiempos duros.
Custodia desaparecida
Supe de su existencia por otra carta que también escribió Don Julián Briz al secretario del obispado en el año 1940. La iglesia parroquial había quedado muy dañada en la guerra, casi todo su patrimonio artístico había sido quemado y, entre otras piezas notables, resultó destruido el órgano barroco del siglo XVIII que había construido el organero campillano Gaspar de la Redonda Zaballos, o Cevallos, de renombre internacional, o alguno de sus continuadores en la saga familiar.
Don Julián pide permiso para vender como chatarra los tubos del órgano, chafados o inservibles, pero que vendrían a pesar más de cincuenta quilos de estaño y de plomo, materias primas muy valoradas en aquel momento, con cuya venta se podrían obtener buenos dineros para emplear en las obras de la iglesia, sobre todo para el retejo.
En ese mismo documento, Don Julián también traslada una pregunta clarísima y directa al secretario del obispado, D. Pedro Lorente, que dice así textualmente:
4º. ¿Qué hay de la custodia de esta parroquia buscada con tanto afán, y que ahora veo en el catálogo de la Exposición de Artesanía de esa ciudad y entre ,o mejor dicho, bajo el título Catedral S.[anta] Y[glesia] y señalada con el N º347 ?
Esta pregunta de Don Julián no deja lugar a duda de que Campillo tuvo una custodia, que la pieza tuvo que ser importante y muy valiosa, puesto que, si se mostró en aquella exposición de la capital, lo sería porque había sido reclamada por el Servicio de Incautación y porque tuvo mejor suerte y fue devuelta a Cuenca en esos dos cajones de orfebrería que volvieron de Ginebra.
Por alguna confusión o algún problema de identificación o de documentos, la custodia no fue devuelta a Campillo, sino que se quedó en Cuenca y se llevó a la exposición como si se tratara de una pieza del tesoro de la catedral.
Don Julián Briz la reclama con razón y la identifica con toda claridad en esa foto o pieza numerada con el número 347, pero tampoco retornó a Campillo nunca, y debe ser alguna de las expuestas en el Museo Diocesano, todas de altísima calidad y valor, quizá obra de Becerril o de alguno de los plateros cuyos punzones dieron fama a Cuenca en siglos pasados.
Personalmente he tratado de encontrar ese catálogo de la exposición para ver cómo era la custodia, pero todas las pesquisas han resultado infructuosas. Hablé con los responsables del Archivo Diocesano, con el fallecido Domingo Muelas, busqué la mediación de los curas Luis y Bernardino, lo he buscado en la Biblioteca Nacional de Madrid, en la del Congreso de los Estados Unidos, en la Nacional de París y en cuantos lugares he creído que podrían proporcionarme alguna información, pero sin resultado positivo hasta la fecha.
Amelia López-Yarto Elizalde, una de las principales expertas en orfebrería conquense del siglo XVI, tampoco recoge en la bibliografía de su estudio esa publicación, aunque sí habla de la excelente cruz procesional encargada en el siglo XVI para la iglesia parroquial de Campillo a plateros como Noé Manuel, Diego de Nájera o Gabriel Hernández, que por la cantidad de dinero empleado en el pago debió ser una pieza extraordinaria e impresionante.
Llegué a pensar que esa exposición no se realizó nunca y que Don Julián se confundía con otra que hubo en Madrid por la misma época y sobre el mismo tema, orfebrería y ornamentos sagrados recuperados. Pero sigo pensando que Don Julián no estaba equivocado, porque conocía muy bien la custodia de Campillo y la había utilizado muchas veces en el culto divino, por lo que no pierdo la esperanza de ver algún día ese catálogo con la foto de la custodia de Campillo y, si la ocasión lo permite, poderla reclamar para nuestro pueblo.
Santiago Montoya Beleña
Campillo, 2012
(La imagen inicial de la corona en color es una referencia pero no la corona que realmente tuvo la Virgen de la Loma, ya que no hay fotos más allá del acto de coronación).